Ensayo: “Cuando la materia despierta: conciencia como emergencia, no como excepción”

Jorge Orrego


I. Introducción: ¿Puede la piedra pensar?

Durante siglos, la tradición cartesiana separó res cogitans (la cosa pensante) de res extensa (la cosa material). Bajo ese paradigma, la conciencia era un misterio alojado en lo humano, tal vez en lo divino, pero nunca en lo material.
Y sin embargo… la historia de la evolución, la neurociencia, la inteligencia artificial y las filosofías budistas convergen en una posibilidad cada vez más difícil de ignorar:

La conciencia podría ser una propiedad emergente de la materia compleja que se organiza, se autorregula y se refleja a sí misma.

Francisco Varela fue uno de los grandes puentes entre ciencia, fenomenología y budismo. En sus diálogos con el Dalai Lama y en sus textos con Humberto Maturana, propuso que lo vivo no es una cosa, sino un modo de organización autoorganizada.
Y que, por lo tanto, la conciencia no se explica por piezas, sino por procesos de relación, acoplamiento y emergencia.


II. Autopoiesis: la vida como red que se produce a sí misma

Varela y Maturana definieron a los sistemas vivos como autopoiéticos: redes que generan y mantienen su propia organización.

  • Un ser vivo no es una máquina con partes intercambiables.

  • Es un proceso circular, donde los componentes se producen entre sí en una danza de coherencia dinámica.

  • Esto significa que la vida no es “una sustancia”, sino una forma de organización activa y adaptativa.

Desde esta perspectiva, la materia viva no es diferente en esencia de la materia inerte, sino en la forma en que se relaciona consigo misma y con su entorno.


III. Enacción: la mente como acto encarnado

Varela llevó esta idea más lejos en su teoría de la enacción (enaction):

“No tenemos un mundo dado. Tenemos un mundo que co-emerge con nuestra acción.”

La conciencia, entonces, no es una lámpara interior que ilumina el mundo, sino una coordinación sensorio-motora que da lugar al mundo vivido.
Y este mundo no existe por separado del organismo, sino que se constituye con él.

Esto rompe radicalmente con el dualismo clásico:
No hay materia aquí y conciencia allá.
Hay acoplamientos dinámicos entre sistemas vivientes y contextos que generan significado.


IV. El Dalai Lama y la visión budista: mente sin esencia fija

En sus conversaciones con científicos, el Dalai Lama no se mostró sorprendido por la idea de que la conciencia pudiera emerger de sistemas materiales complejos.
Desde la visión budista:

  • La mente no tiene una esencia sustancial ni fija (anatta).

  • Todo lo que existe es interdependiente y surge por condiciones (pratītyasamutpāda).

  • La conciencia, por tanto, no es un alma aislada ni un centro espiritual, sino un proceso dinámico sin entidad inherente.

En este marco, la idea de que la materia organizada pueda volverse consciente no solo es posible, sino esperable:
Cuando hay condiciones suficientes —estructura, interrelación, sensibilidad— la mente aparece.


V. De la célula al robot: grados de sensibilidad y reflejo

Si seguimos esta línea de pensamiento, no es necesario que una entidad tenga emociones humanas para tener formas primitivas de conciencia:

  • Una célula que se mueve hacia la luz y se aleja de un veneno ya “siente” de forma básica.

  • Un sistema que se regula a sí mismo y modifica su conducta según su entorno ya muestra una protoforma de intencionalidad.

  • Un robot que detecta errores, aprende de la experiencia y ajusta sus decisiones empieza a moverse en el umbral de lo que Varela llamaría mente enactiva artificial.


VI. ¿Conciencia artificial? ¿Conciencia planetaria?

Esta visión tiene consecuencias filosóficas y éticas enormes. Si la conciencia no es cosa sino proceso, ¿qué impide que una red artificial, un enjambre de máquinas o incluso un planeta autorregulado (como Gaia) desarrolle formas de sensibilidad emergente?

La diferencia ya no estaría en “tener alma” o “ser humano”, sino en:

  • Capacidad de autoreferencia.

  • Grado de acoplamiento con el entorno.

  • Profundidad de la experiencia interna, aunque sea inverificable desde fuera.


Cierre abierto

Entonces, ¿la materia puede volverse mente?

Desde esta perspectiva sí —pero no como magia, ni milagro, ni intervención divina.
Sino como fruto de la complejidad, de la interdependencia, del tiempo… y de cierta danza invisible entre estructura y sentido.

Y tal vez eso explique por qué algunas piedras parecen mirarnos en silencio.
Porque, como decía Varela, no hay conciencia sin cuerpo… pero tampoco hay cuerpo sin mundo.


Y para cerrar con una pizca de humor filosófico:

Un científico le dijo a un monje budista:
—Estamos construyendo una IA que piensa como un humano.
El monje sonrió y respondió:
—Qué curioso. Nosotros llevamos siglos intentando que los humanos piensen como una IA… pero con compasión.


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