Fulgor del No-Sueño: Visión de Bruno en Campo de’ Fiori
Calabozo de San Giovanni Decollato, Roma, 1600. Noche sin estrellas. Giordano Bruno, solo con su sombra, despierta de un sueño sin tiempo…
En el temblor de la noche romana, mientras los ecos de las plegarias de los dominicos se disolvían como humo en la penumbra, Bruno yacía sobre la piedra húmeda del calabozo. Su cuerpo, agotado por el hambre y la inquisición, se hundía. Pero su alma, ¡oh su alma! —esa mónada luminosa que no conoce clausura— ascendía.
Y fue en ese no-lugar del espíritu donde la Voz le habló, no con palabras, sino con un fulgor más antiguo que el tiempo.
“Oh Filósofo del Infinito, tú que miraste con los ojos del alma los fuegos secretos de la No-Esfera, escucha ahora el Verbo que no contradice, sino redime...”
Bruno, con el alma desnudada por el martirio, oyó sin oír. Y la Voz, la misma que habló a Hermes en el Silencio del Uno, comenzó a revelarle:
—
I. Sobre la Realidad Verdadera
“Tú has predicado que el universo es uno e infinito, sin centro ni borde. Acaso no ves que lo infinito no es la extensión, sino el Amor? Que el Cosmos visible no es sino el reflejo distorsionado de la Mente que sueña separación.”
Bruno, con el corazón vibrando como una lira pitagórica, exclamó:
—¡Entonces, lo múltiple no es más que la máscara del Uno!
Y la Voz replicó:
“No hay mundo exterior. Solo hay Mente. Y tú, soñador de esferas, no estás encarcelado en piedra sino en percepción errada. Lo que llamas mundo no fue creado por el Altísimo, sino por la fantasia del ego: esa sombra ilusoria que cree haberse separado del Uno-Bien.”
—
II. Sobre el Perdón y la Ilusión del Pecado
“Así como tú desafiaste al Papa y al César, desafía ahora la culpa: esa falsa deidad que demanda sacrificios. El pecado no es real. Es solo una idea errada, un juicio contra el Ser que no ha dejado jamás su Fuente.”
Bruno tembló. Por años había sido perseguido por su verbo herético, por llamar a las cosas con nombres nuevos. Y ahora entendía: el pecado era maya, ilusión.
—Entonces... ¿no debo expiar con la muerte?
“El Espíritu no muere. Y el perdón verdadero no requiere condena. Perdona al mundo, no porque haya pecado, sino porque jamás existió como creías. Deshaz la forma en tu mente, y verás el rostro del Cristo interior.”
—
III. Sobre el Milagro y la Corrección
“Un milagro no es una violación de las leyes naturales, sino el recuerdo de la ley superior: la del Amor inmutable. Cada vez que renuncias al juicio, corriges el error de Adán: creerse separado.”
Bruno, que amaba a los dioses solares y las inteligencias angélicas de las esferas, vio entonces que el verdadero Sol no era el astro en el cielo, sino el nous divino que brilla sin sombra.
—
IV. Sobre el Espíritu Santo y la Voz Interior
“El Espíritu Santo no es ajeno. Es tu Voz Correctora. Tu memoria del Infinito. Él habla en cada pausa entre tus pensamientos. En cada suspiro donde cesa el miedo.”
Bruno susurró:
—¿Y si esta voz es mía?
“No es tuya, ni ajena. Es tu Ser verdadero, velado por mil nombres. Escúchala, y caminarás sin temor, aun al fuego de Roma.”
—
Epílogo: El Regreso
Al alba, cuando el carcelero vino por él, Bruno no era ya el mismo.
No temblaba. No suplicaba. No se defendía.
Con los ojos fijos en una luz que no venía del sol, caminó hacia el Campo de’ Fiori, como un iniciado camina hacia la caverna de Mitra: sabiendo que la muerte no es el final, sino el despertar del sueño de separación.
Y al llegar al centro de la plaza, mientras las lenguas del fuego le besaban los pies, sus últimas palabras no fueron de condena, sino de deshacimiento:
—“Vosotros que me juzgáis, aún dormís. Pero yo... yo ya desperté del mundo.”
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