La mente que camina: del paisaje ancestral a la cognición extendida”
Un viaje por las ideas de Lynne Kelly y quienes amplían su legado
📜 Resumen
Este ensayo explora la convergencia entre arqueología, neurociencia, filosofía ecológica, pensamiento indígena, arqueología cognitiva y neurodiversidad, tomando como punto de partida la obra de Lynne Kelly y su revolucionaria interpretación de los monumentos y paisajes como palacios de la memoria ancestrales. A lo largo de siete capítulos, se integran las aportaciones de pensadores como David Abram, Tyson Yunkaporta, Norman Doidge y Lambros Malafouris, junto con la experiencia práctica de comunidades neurodivergentes que han redescubierto estas técnicas para el mundo contemporáneo. El resultado es una visión coherente y unificada de la memoria humana como fenómeno encarnado, distribuido y simbólico, que desafía la idea de que el conocimiento solo vive en libros o pantallas, proponiendo un retorno consciente al saber que se camina, se canta y se toca.
📝 Introducción
Durante siglos, la historia del conocimiento humano se ha contado como una línea recta: de la oralidad a la escritura, de la escritura a la imprenta, y de ahí al mundo digital. Esta narrativa sugiere un progreso inevitable hacia la abstracción y el almacenamiento externo de la memoria. Sin embargo, investigaciones recientes están cuestionando este relato.
En el centro de esta transformación se encuentra Lynne Kelly, arqueóloga australiana que ha propuesto que los monumentos megalíticos y estructuras ceremoniales de culturas prealfabéticas eran, en realidad, bibliotecas vivas: lugares donde el saber se codificaba en el espacio físico, se recorría con el cuerpo y se transmitía a través de la voz, el canto y la danza. Esta idea ha generado fascinación y debate, y ha encontrado resonancias profundas en otras disciplinas.
David Abram explora cómo el paisaje mismo es un texto sensible. Tyson Yunkaporta describe el pensamiento indígena como un sistema complejo donde la memoria es relación, no solo archivo. Norman Doidge aporta desde la neurociencia pruebas de que la experiencia física moldea el cerebro. Lambros Malafouris demuestra que los objetos son parte activa de la cognición humana. Y, fuera del ámbito académico, comunidades neurodivergentes han redescubierto estas prácticas como herramientas de organización vital y resistencia cultural.
Este ensayo busca reunir, sintetizar y dar coherencia a este mosaico de perspectivas, mostrando que lo que antes llamábamos “tradición” o “ritual” puede verse también como tecnología cognitiva avanzada. Y que, en un mundo saturado de información, mirar hacia estas prácticas ancestrales puede ser una clave para recuperar la atención, la memoria y el sentido.
📑 Índice (Siete apartados)
El regreso a la memoria caminada
Cómo Lynne Kelly replantea la arqueología y la cognición desde los monumentos y paisajes como sistemas mnemónicos.La tierra como libro: la fenomenología del lugar
El aporte de David Abram y la idea de la naturaleza como texto vivo que se lee con los sentidos.Songlines y pensamiento en espiral
Tyson Yunkaporta y la lógica relacional, humorística y no lineal del saber indígena.El cerebro como nómada: neuroplasticidad y experiencia
Norman Doidge y la evidencia de que el aprendizaje físico y simbólico remodela la mente.Cognición material: cuando los objetos piensan
Lambros Malafouris y la mente extendida entre cuerpo, herramienta y entorno.Mapas para otras mentes: neurodivergencia y memoria espacial
Cómo comunidades autistas, disléxicas o con TDAH reinventan técnicas ancestrales para vivir y aprender hoy.Hacia una epistemología encarnada
Propuesta final: integrar saberes ancestrales y ciencia contemporánea para un nuevo modelo de conocimiento humano.
Capítulo 1 — El regreso a la memoria caminada
Cómo Lynne Kelly replantea la arqueología y la cognición desde los monumentos y paisajes como sistemas mnemónicos
En el imaginario colectivo, monumentos como Stonehenge, las líneas de Nazca o Göbekli Tepe están envueltos en un aura de misterio. Se les atribuyen funciones astronómicas, religiosas o incluso mágicas. La narrativa habitual insiste en que estas construcciones servían para honrar dioses, observar el cielo o marcar eventos agrícolas. Sin embargo, la arqueóloga australiana Lynne Kelly propone una interpretación tan simple como revolucionaria: estas estructuras no eran únicamente templos o calendarios, sino también dispositivos cognitivos, herramientas diseñadas para recordar.
Para Kelly, las culturas orales —aquellas que existieron antes de la escritura o que convivieron sin ella— tenían un problema monumental: cómo conservar y transmitir el saber colectivo. La memoria no podía confiar en un soporte externo como el papel o las pantallas. El único archivo posible era la mente humana. Pero la mente, incluso la más entrenada, necesita anclajes, referencias, puntos de apoyo. Aquí es donde entra el paisaje.
📍 El paisaje como mapa mental
La propuesta de Kelly es clara: los monumentos y elementos destacados del entorno natural funcionaban como palacios de la memoria —estructuras físicas organizadas para asociar información a lugares concretos—. Un menhir, una piedra grabada o una marca en el suelo no eran meros adornos: eran nodos de un sistema mnemotécnico colectivo.
El mecanismo es reconocible si pensamos en las técnicas actuales de memorización: para recordar una lista de datos, un competidor de memoria visualiza un recorrido por su casa y coloca mentalmente cada ítem en una habitación. El truco es que, al recorrer mentalmente ese espacio, cada parada evoca el dato asociado. Kelly sostiene que esto mismo ocurría, pero no en la imaginación, sino en la geografía real.
🌀 Recorridos rituales como software humano
En una cultura oral, el conocimiento no se recita sin más: se encarna en la acción. Los guardianes del saber —ancianos, chamanes, narradores— realizaban recorridos físicos por estos espacios, repitiendo historias, canciones o gestos que codificaban la información. Este acto no era solo mnemónico: era social, educativo, espiritual. Cada paso formaba parte de una coreografía que unía el lugar, la historia y la comunidad.
Imaginemos, por ejemplo, a un grupo moviéndose en círculo alrededor de un conjunto de piedras. En cada parada, un anciano relata la historia de una constelación, o describe las propiedades de una planta, o recuerda la genealogía de un clan. A través de la repetición, la comunidad entera internaliza esos datos. El recorrido es la lección. El monumento, la pizarra. La memoria, el aula.
🔄 Monumentos multifunción
Uno de los puntos más interesantes en la propuesta de Kelly es que no niega que estos lugares tuvieran funciones astronómicas o rituales. Al contrario: esas funciones podían integrarse en el sistema mnemotécnico. Un monumento que marcaba el solsticio de invierno, por ejemplo, no solo servía para seguir el calendario agrícola, sino que ese evento se convertía en un punto de anclaje narrativo para recordar todo lo que ocurría en esa época del año: rituales, cosechas, migraciones, mitos.
Esto explica por qué tantas culturas integran en sus mitologías a los astros, las estaciones y los elementos del paisaje: la mitología no era una distracción poética, sino un mecanismo de archivo.
🧠 De la arqueología a la cognición
El mérito de Kelly no está solo en la hipótesis arqueológica, sino en su capacidad para tender puentes entre disciplinas. Sus ideas dialogan con la psicología cognitiva, la antropología cultural y la neurociencia de la memoria. El método del palacio de la memoria es conocido desde la Grecia clásica, pero ella lo proyecta hacia el Paleolítico y el Neolítico, defendiendo que la memoria espacial y narrativa es tan antigua como el lenguaje.
En este sentido, Kelly se une a la corriente de investigadores que ven en el cuerpo y el entorno extensiones de la mente. El saber no reside únicamente en el cerebro, sino en la interacción con un mundo lleno de marcas, pistas y estructuras que guían la atención.
⚖️ Críticas y defensas
Sus detractores le reprochan la falta de evidencia directa: no hay inscripciones que digan “este círculo de piedras sirve para recordar las leyes tribales”. Ella responde que esa ausencia es justamente la prueba de su necesidad: en una cultura oral, los registros escritos no existen, y la única evidencia posible es el propio patrón repetido en distintos lugares y épocas.
También se le acusa de simplificar la función de los monumentos. Kelly insiste en que la función mnemónica no sustituye a las demás, sino que las integra: la arquitectura y el paisaje eran escenarios polivalentes donde lo religioso, lo astronómico, lo político y lo educativo se entrelazaban.
🌱 Un regreso necesario
En un mundo saturado de información digital, la propuesta de Kelly tiene un matiz contemporáneo inesperado: recuperar la memoria caminada no solo como curiosidad histórica, sino como herramienta actual. Reaprender a vincular conocimiento con el espacio físico podría ayudarnos a retener mejor la información, a reconectar con nuestro entorno y a reducir la dependencia de dispositivos externos.
La memoria, al fin y al cabo, no es solo una función mental: es un acto social, corporal y territorial. Kelly nos recuerda que, antes de que existieran bibliotecas, había caminos; antes de los libros, había canciones; antes de las bases de datos, había paisajes recorridos en comunidad.
Capítulo 2 — La tierra como libro: la fenomenología del lugar
El aporte de David Abram y la naturaleza como texto vivo que se lee con los sentidos
En The Spell of the Sensuous, el filósofo y ecólogo cultural David Abram plantea una idea tan poética como radical: antes de la escritura, la naturaleza era el gran texto que la humanidad aprendía a leer. Los pueblos originarios no separaban el lenguaje de la tierra, ni las palabras de los fenómenos que nombraban. El alfabeto no estaba hecho de letras, sino de montañas, ríos, vientos y constelaciones.
La escritura, según Abram, trajo un cambio irreversible: nos acostumbró a que el significado residiera en signos fijos sobre un soporte, y no en la relación viva con aquello que se nombra. Cuando las letras sustituyeron a las huellas de los animales, a la trayectoria del sol o a las migraciones de las aves como referencias, perdimos la práctica de leer el mundo directamente.
🌍 El paisaje como narrativa encarnada
Abram describe un modo de percepción que Kelly también reconoce en las culturas orales: el entorno físico no solo es escenario, sino protagonista del relato colectivo. Las montañas guardan historias, los ríos cantan mitos, los animales son personajes recurrentes en una saga que se actualiza con cada encuentro.
Si para Kelly los monumentos y marcas artificiales son nodos mnemónicos, para Abram todo el paisaje —natural o construido— es una página en constante movimiento. La lectura no es lineal, sino circular, y el lector está inmerso dentro de la historia. Uno no se sitúa frente al libro: es el libro quien te rodea.
👁 La atención como órgano sensorial
Un aporte fundamental de Abram es la idea de que la atención es un órgano sensorial en sí mismo. En las culturas orales, entrenar la memoria no era solo cuestión de repetición, sino de aprender a percibir los detalles más sutiles: un cambio en el color de las hojas, la dirección de una sombra, el canto de un ave en una estación concreta.
Este refinamiento perceptivo no era una afición estética, sino una herramienta de supervivencia. El entorno se interpretaba continuamente, como si fuera un texto que se reescribe cada día y cuyas pistas hay que descifrar para cazar, recolectar, navegar o prever el clima.
🔄 Coincidencias y matices con Lynne Kelly
Las propuestas de Abram y Kelly convergen en reconocer que el conocimiento se sostiene en relaciones espaciales, simbólicas y corporales. Sin embargo, Abram introduce un matiz crucial: no basta con entender el paisaje como un archivo de información; hay que reconocerlo como una entidad viva con la que interactuamos.
Donde Kelly ve una herramienta mnemónica, Abram ve un interlocutor. Donde ella habla de codificar información, él habla de mantener una conversación con un mundo animado. Esto añade una dimensión ética: cuidar el paisaje no es preservar un soporte, sino mantener una relación.
🌬 El aliento de las palabras
Para Abram, el lenguaje oral está impregnado de aliento, ritmo y timbre. No es casualidad que las culturas orales utilicen canciones, cánticos y fórmulas repetitivas para transmitir información: la voz humana es el viento que activa la memoria del paisaje. Así, el acto de hablar o cantar en un lugar no es un simple recordatorio, sino un gesto que reanima la historia en ese instante.
Esta perspectiva conecta con la observación de Kelly sobre los recorridos rituales: no es lo mismo caminar en silencio que hacerlo cantando el nombre de cada piedra o relatando la genealogía de cada clan que pasó por allí. La memoria no se guarda; se renueva con cada performance.
⚖️ El coste del olvido
Abram advierte que la transición hacia la escritura y, más tarde, hacia la lectura digital, ha debilitado esta conexión directa. Hemos externalizado la memoria hasta el punto de no saber orientarnos sin un mapa o un GPS, y hemos reducido nuestra capacidad de observación del entorno. Lo que para un ancestro era obvio —la llegada de una tormenta, el rastro de un animal, el ciclo de las mareas— hoy pasa desapercibido para la mayoría.
En este sentido, su propuesta coincide con la de Kelly: recuperar la alfabetización del paisaje no es un romanticismo, sino una necesidad cognitiva y cultural. En un mundo amenazado por la crisis ecológica, reaprender a “leer” la tierra podría ser clave para nuestra supervivencia.
🌱 Leer con los pies y con la piel
La fenomenología del lugar que Abram describe nos invita a un cambio radical de perspectiva: no leer sobre la naturaleza, sino leer desde la naturaleza. Esto implica usar todos los sentidos, pero también la memoria afectiva, la empatía y la imaginación.
En combinación con la hipótesis de Kelly, se abre una imagen poderosa: monumentos, paisajes y cuerpos formando un solo sistema cognitivo, donde el conocimiento fluye no solo entre generaciones, sino también entre especies y elementos.
Quizá, en última instancia, Abram y Kelly nos dicen lo mismo con palabras diferentes: que recordar es una forma de habitar el mundo.
Capítulo 3 — Songlines y pensamiento en espiral
Tyson Yunkaporta y la lógica relacional del saber indígena
En el mundo anglosajón, las ideas de Lynne Kelly han sido recibidas como reveladoras: que los monumentos antiguos y el paisaje funcionaran como palacios de la memoria es una hipótesis que fascina por su ingenio. Sin embargo, para muchos pueblos indígenas de Australia, esta revelación suena más a reconocimiento que a descubrimiento. Ellos lo llaman songlines.
Los songlines —o “líneas de canto”— son rutas que atraviesan el territorio y que narran, a través de canciones, historias y coreografías, el origen de los lugares, las leyes, los vínculos entre clanes, el comportamiento de los animales y los ritmos del cielo. Recorrer un songline es, al mismo tiempo, viajar y leer, cantar y aprender. No hay separación entre mapa, mito y manual de instrucciones para vivir.
🪃 Tyson Yunkaporta: pensando en espiral
En Sand Talk, el escritor y académico aborigen Tyson Yunkaporta describe el pensamiento indígena como un sistema complejo, no lineal, que se organiza más en forma de espiral que de línea recta. El saber no se transmite como una cadena de causas y efectos, sino como un tejido de relaciones que se reinterpreta con cada repetición.
En su visión, los songlines no son simplemente herramientas mnemónicas: son estructuras vivas que conectan a las personas con el territorio, los ancestros, los animales y las fuerzas espirituales. Son mapas físicos y, a la vez, protocolos éticos para interactuar con el mundo.
🔄 Coincidencias y divergencias con Kelly
La coincidencia entre Kelly y Yunkaporta es evidente: ambas perspectivas reconocen el valor del recorrido físico y de la estructura narrativa como herramientas para recordar. Pero aquí aparece una diferencia crucial.
Para Kelly, los sistemas mnemónicos son ingenios cognitivos diseñados para almacenar y recuperar datos.
Para Yunkaporta, son relaciones vivas donde los datos no existen de forma independiente, sino que están inseparablemente ligados a un contexto cultural, espiritual y ecológico.
Desde su punto de vista, reducir un songline a una “técnica de memoria” sería como llamar “esquema logístico” a un abrazo: una descripción correcta en lo mecánico, pero completamente ciega a lo esencial.
🌀 El tiempo como espiral
Uno de los aportes más valiosos de Yunkaporta a este diálogo es su concepción del tiempo. En las culturas orales indígenas, el tiempo no es una línea con pasado, presente y futuro separados, sino una espiral donde todos los momentos coexisten y se influyen mutuamente.
Un songline no solo narra lo que pasó: reactiva ese momento cada vez que se recorre. Caminarlo es entrar, simultáneamente, en la geografía física y en el tiempo mítico. El acto de recordar no es solo traer algo del pasado, sino volver a vivirlo para que siga presente.
🎭 Humor, juego y complejidad
Yunkaporta también señala algo que a menudo se pierde en las interpretaciones académicas: el humor y el juego como parte central del saber. Las historias que se transmiten a través de los songlines pueden incluir bromas internas, ironías, dobles sentidos que solo se entienden con la experiencia. Esta capa lúdica no es un adorno: es parte del mecanismo de transmisión, porque el humor activa la memoria y fortalece los vínculos sociales.
Esto contrasta con la tendencia occidental a formalizar y estandarizar el conocimiento, eliminando ambigüedades y “ruido”. En el pensamiento indígena, el “ruido” puede ser precisamente lo que mantiene vivo el sistema.
🌱 Enseñanza por capas
En el modelo de Yunkaporta, el conocimiento no se entrega todo de una vez. Las historias y rutas tienen múltiples capas que se van revelando a medida que la persona gana experiencia, demuestra responsabilidad o alcanza ciertas etapas de su vida. Así, un mismo songline puede enseñarle a un niño cómo encontrar agua, a un joven las alianzas entre clanes, y a un anciano la cosmología y las leyes más profundas.
Aquí encontramos una convergencia práctica con Kelly: ambos reconocen que la estructura espacial permite organizar la información en niveles. Pero para Yunkaporta, esta progresión no es solo un ejercicio de eficiencia, sino un mecanismo para garantizar que el saber se transmite a quienes han demostrado ser dignos de custodiarlo.
🔍 Una lección para el mundo contemporáneo
Integrar la visión de Yunkaporta en la de Kelly nos obliga a repensar cómo usamos el término “memoria”. No se trata solo de almacenar y recuperar datos, sino de mantener vivos los vínculos que hacen que esos datos tengan sentido.
En un mundo que privilegia la velocidad y la extracción de información fuera de contexto, los songlines nos recuerdan que recordar es, también, cuidar: cuidar de las personas, de los lugares y de las historias.
Capítulo 4 — El cerebro como nómada: neuroplasticidad y experiencia
Norman Doidge y la evidencia de que el aprendizaje físico y simbólico remodela la mente
En la arqueología de Lynne Kelly, los monumentos y paisajes son bibliotecas vivas.
En la fenomenología de David Abram, la naturaleza es un texto que se lee con los sentidos.
En la cosmovisión de Tyson Yunkaporta, los songlines son redes de relaciones vivas.
Pero aún faltaba una pieza para conectar estas visiones con la ciencia del cerebro. Esa pieza la aporta Norman Doidge, médico y psiquiatra canadiense, autor de El cerebro se cambia a sí mismo y Las formas del cerebro. Su campo es la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro para reorganizarse, crear nuevas conexiones y modificar su propia estructura en respuesta a la experiencia.
🧠 El cerebro es moldeable… a cualquier edad
Durante gran parte del siglo XX, la ciencia creía que el cerebro adulto era estático: nacías con un número fijo de neuronas y conexiones, y a partir de cierta edad todo iba en declive. La neuroplasticidad cambió esa visión por completo. Hoy sabemos que el cerebro es un órgano dinámico, capaz de cambiar su estructura en cualquier momento de la vida, siempre que reciba el estímulo adecuado.
Para Doidge, el estímulo no es solo información abstracta: la experiencia física, sensorial y emocional es el material con el que el cerebro se reescribe. Aprender un idioma, tocar un instrumento, bailar o recorrer un lugar nuevo no solo añade datos a nuestra memoria: cambia la arquitectura cerebral.
🏞 La plasticidad como puente entre lo ancestral y lo actual
Aquí es donde las ideas de Doidge se entrelazan con las de Kelly y los demás. Si el cerebro es plástico, entonces tiene sentido que recorrer un paisaje siguiendo una narrativa no solo sirviera para recordar datos en una cultura oral, sino para entrenar circuitos cerebrales completos: memoria espacial, lenguaje, motricidad, percepción, atención, emoción.
Un songline o un recorrido ritual no es solo un medio para acceder a la información: es un entrenamiento integral del sistema nervioso. Repetirlo durante años no solo consolida los recuerdos, sino que fortalece las rutas neuronales que hacen posible ese aprendizaje.
🌀 Aprendizaje multisensorial y embodied cognition
La neuroplasticidad confirma lo que Abram describía desde la fenomenología y Yunkaporta desde la experiencia indígena: el aprendizaje profundo es multisensorial y encarnado. Cuantos más sentidos participan en el proceso, más conexiones se crean y más resistente se vuelve el recuerdo.
En la práctica, esto significa que una canción cantada mientras se camina por un sendero y se observa un marcador físico tiene más poder mnemónico que una lista escrita en papel.
La repetición física no es redundante: es el cemento que fija la estructura cerebral.
⚡ La repetición con variación
Doidge insiste en que para que la plasticidad sea efectiva, el aprendizaje necesita repetición con pequeñas variaciones. Esto coincide con la forma en que los songlines y rituales cambian ligeramente con cada ejecución: un nuevo detalle en la historia, una pequeña modificación en el orden, una adaptación al clima o a un evento reciente.
Estas variaciones mantienen al cerebro alerta, evitando que caiga en el piloto automático, y estimulan la consolidación de los recuerdos en redes más amplias.
🧩 Plasticidad y resiliencia cultural
Un punto fascinante de la neuroplasticidad es que no solo moldea habilidades individuales: también tiene un impacto colectivo. Comunidades que practican saberes encarnados —como los songlines, las danzas ceremoniales o los recorridos mnemónicos— transmiten, de generación en generación, no solo información, sino un patrón de actividad cerebral.
En ese sentido, la plasticidad cerebral no es solo biológica: es cultural. La mente humana, moldeada por prácticas colectivas, se convierte en un producto histórico y ecológico.
🌱 Implicaciones para el presente
Si aceptamos que el cerebro es plástico y que se fortalece con la experiencia física y simbólica, entonces el mundo digital plantea un desafío: la mayoría de nuestras interacciones con la información son visuales, bidimensionales y sedentarias. Perdemos la capa motora, espacial y sensorial que las culturas orales usaban de forma natural.
Esto no significa que debamos renunciar a la tecnología, pero sí que podemos reintroducir el cuerpo y el movimiento en el aprendizaje moderno: recorridos físicos para estudiar historia, caminatas para memorizar conceptos, representaciones teatrales para fijar conocimientos científicos.
En otras palabras, traer de vuelta la memoria caminada al siglo XXI no es nostalgia: es neurociencia aplicada.
Capítulo 5 — Cognición material: cuando los objetos piensan
Lambros Malafouris y la mente extendida entre cuerpo, herramienta y entorno
En la visión de Lynne Kelly, los monumentos y paisajes antiguos eran extensiones de la memoria colectiva.
En la de David Abram, la naturaleza entera es un texto sensible que se lee con el cuerpo.
Para Tyson Yunkaporta, los songlines son redes vivas de relaciones.
Norman Doidge añade que el cerebro es plástico y se moldea con la experiencia física.
Ahora entra en escena Lambros Malafouris, arqueólogo y filósofo, con una propuesta que parece hecha a medida para unir todos estos hilos: la teoría de la cognición material.
Su tesis central es contundente: los objetos no solo nos ayudan a pensar, son parte del pensamiento.
🧠 Pensar no es solo cosa del cerebro
Malafouris, en How Things Shape the Mind, desafía una idea muy arraigada: que la mente es algo contenido en el cráneo, un software biológico aislado.
Para él, la mente es una red distribuida entre cerebro, cuerpo y entorno material. Cuando usamos un objeto, ese objeto participa en el proceso cognitivo.
Esto implica que una herramienta, un símbolo o un monumento no son simples auxiliares: son nodos activos de nuestra mente extendida. El martillo no solo está en la mano: está en la acción de clavar, en la anticipación del golpe, en el recuerdo de su uso anterior. Y lo mismo ocurre con un menhir, una piedra grabada o un círculo de monolitos.
🪨 Monumentos como prótesis cognitivas
Si aplicamos la teoría de Malafouris a la hipótesis de Kelly, el resultado es poderoso: los monumentos megalíticos no solo ayudaban a recordar información, eran parte de la mente colectiva de la comunidad que los construyó y usó.
Un songline tallado en piedra no es un simple recordatorio visual: es una prótesis cognitiva que sostiene, estabiliza y transmite saberes a lo largo de generaciones. No es un archivo pasivo; es un componente activo del pensamiento social.
En otras palabras, quitar el monumento sería amputar una parte de la mente colectiva.
🔄 Cognición situada y en acción
Malafouris también insiste en que el pensamiento ocurre en el hacer. Un tallador de piedra, por ejemplo, no sigue un plan mental cerrado: piensa con las manos, adaptando cada golpe a la resistencia de la roca. Del mismo modo, un guardián de songlines no recita datos en abstracto: camina, canta, mira, toca, y en ese acto piensa con el paisaje.
Esto encaja perfectamente con la memoria caminada de Kelly y con la fenomenología de Abram: pensar no es aislarse del mundo, sino interactuar con él de forma situada y dinámica.
⚖️ Objetos que nos forman
Otra idea clave de la cognición material es que los objetos no solo se adaptan a nuestras intenciones, sino que nos transforman.
La escritura, por ejemplo, cambió la forma en que pensamos: permitió listas, leyes, tratados filosóficos, pero debilitó la memoria oral. Un teléfono inteligente amplifica nuestra capacidad de acceder a información, pero reduce nuestra práctica de recordar direcciones o números.
Del mismo modo, los monumentos antiguos no solo almacenaban información: modelaban la mente de quienes interactuaban con ellos, entrenando la orientación, la atención, la memoria secuencial, la percepción astronómica y la habilidad narrativa.
🌀 La mente como ecología
Con Malafouris, la mente deja de ser un órgano aislado y se convierte en una ecología cognitiva: un entramado en el que objetos, lugares, gestos y cuerpos se co-constituyen.
Esto nos obliga a replantear qué significa “perder memoria” a nivel cultural: no se trata solo de que las personas olviden, sino de que desaparezcan los soportes materiales y espaciales que permiten recordar.
La demolición de un monumento, la desaparición de un sendero ancestral o la urbanización de un paisaje ritual no son solo pérdidas arqueológicas o ambientales: son lesiones cognitivas colectivas.
🌱 Un puente hacia la neurodiversidad
La teoría de la cognición material también abre un puente hacia el siguiente capítulo: muchas personas neurodivergentes utilizan objetos, colores, texturas y disposición espacial como extensiones de su pensamiento. Organizan su vida no en listas escritas, sino en paisajes mentales tangibles: estanterías con códigos cromáticos, rutas diarias, objetos talismán que activan recuerdos o rutinas.
Aquí, la arqueología y la neurociencia se encuentran: lo que para Malafouris es mente extendida, para la vida diaria de una persona neurodivergente es una estrategia vital.
Capítulo 6 — Mapas para otras mentes: neurodivergencia y memoria espacial
Cómo comunidades autistas, disléxicas y con TDAH reinventan técnicas ancestrales para vivir y aprender hoy
Hasta aquí, hemos visto cómo Lynne Kelly rescata las bibliotecas vivas del pasado, cómo David Abram nos devuelve la alfabetización del paisaje, cómo Tyson Yunkaporta describe el tejido vivo de los songlines, cómo Norman Doidge confirma que la experiencia encarnada moldea el cerebro, y cómo Lambros Malafouris demuestra que los objetos forman parte de la mente.
Pero hay un territorio donde todas estas ideas dejan de ser teoría para convertirse en estrategia cotidiana de supervivencia cognitiva: la vida de las personas neurodivergentes.
🧩 Cuando el mundo no está diseñado para tu mente
Para muchas personas autistas, disléxicas o con TDAH, el mundo moderno está estructurado bajo una lógica lineal, verbal y abstracta que no siempre encaja con sus formas naturales de procesar información. Las instrucciones largas, los entornos sobrecargados de estímulos irrelevantes, las listas sin contexto y los plazos rígidos pueden convertirse en auténticas barreras para el aprendizaje y la organización.
En este contexto, las técnicas mnemotécnicas espaciales y narrativas descritas por Kelly y otros autores no son solo interesantes: son profundamente adaptativas.
🏞 El entorno como tablero mental
Al igual que las culturas orales anclaban el conocimiento en el paisaje, muchas personas neurodivergentes usan mapas mentales físicos para organizar su vida:
Distribuir objetos en el espacio de forma que la posición física indique una prioridad o una secuencia.
Usar colores y formas como disparadores de memoria para tareas o categorías.
Convertir recorridos físicos (por casa, por el barrio) en recordatorios encadenados.
Asignar a cada lugar una función cognitiva: una mesa para planificar, una esquina para pensar, un banco en un parque para recordar decisiones.
Estos sistemas, aunque no siempre se formalizan como “técnicas”, reproducen el principio de la memoria caminada.
🎭 Narrativas y roles como guías de acción
Las culturas orales no almacenaban datos fríos: usaban historias, personajes y mitos para vehicular el conocimiento. Lo mismo ocurre cuando una persona con TDAH se inventa un personaje que “se encarga” de ciertas tareas, o cuando alguien con dislexia recuerda un procedimiento como una pequeña aventura con inicio, nudo y desenlace.
Este uso de la narrativa como marco operativo es más que un truco: es una forma alternativa de arquitectura mental, que convierte lo abstracto en tangible, lo plano en tridimensional.
🌀 Orden no lineal y pensamiento en espiral
La lógica del songline y el tiempo en espiral que describe Yunkaporta tienen un paralelismo evidente con el pensamiento no lineal de muchas personas neurodivergentes. No se trata de ir del punto A al punto B siguiendo una línea recta, sino de recorrer un camino que se expande en múltiples direcciones y que, al volver sobre sí mismo, ofrece nuevas capas de significado.
Este patrón, que el sistema educativo convencional suele etiquetar como “desorden” o “distracción”, en realidad puede ser una ventaja creativa y asociativa si se canaliza a través de sistemas espaciales y simbólicos bien diseñados.
⚡ Objeto como ancla, gesto como disparador
Aquí entra en juego la cognición material de Malafouris: para muchas personas neurodivergentes, un objeto no es simplemente algo que se usa, sino un nodo de memoria. Un cuaderno con una textura específica, un bolígrafo que siempre acompaña ciertas reuniones, un colgante que se toca antes de hablar en público: cada uno de estos elementos funciona como un gatillo que reactiva una red de recuerdos y emociones asociadas.
Del mismo modo, un gesto —colocar una silla en cierto ángulo, encender una lámpara de una forma concreta— puede marcar el inicio de un estado mental específico, igual que un marcador físico en un songline activa un relato o un dato.
🌱 Recuperar y adaptar
Lo más potente de esta convergencia es que no es necesario recrear los monumentos megalíticos para usar sus principios. Basta con entender las reglas:
Asociar información a lugares u objetos concretos.
Recorrer esos lugares en un orden fijo para recuperar la información.
Usar narrativas y símbolos para encapsular el dato en una forma memorable.
Repetir el recorrido para consolidar la memoria y la atención.
Actualizar las asociaciones para mantener el sistema vivo y relevante.
Estos principios pueden aplicarse a un apartamento, a un campus universitario, a un taller de arte o incluso a un videojuego.
🔍 De la adaptación individual al rediseño colectivo
La lección más amplia es que las estrategias que sirven para personas neurodivergentes pueden beneficiar a todos. Igual que en las culturas orales, un sistema espacial, narrativo y encarnado no solo ayuda a recordar, sino que fomenta la conexión con el entorno y la comunidad.
En un momento histórico en que la atención es un recurso en crisis, la memoria caminada y la cognición material no son reliquias: son tecnologías de atención plena que podrían integrarse en la educación, el trabajo y la vida urbana.
Capítulo 7 — Hacia una epistemología encarnada
Integrar saberes ancestrales y ciencia contemporánea para un nuevo modelo de conocimiento humano
Al recorrer el camino trazado en estos capítulos, hemos visto cómo distintas voces, desde la arqueología hasta la neurociencia, convergen en una misma intuición: el conocimiento humano no es, ni ha sido nunca, un acto puramente mental. Es corporal, espacial, relacional y material.
Lynne Kelly nos llevó a los monumentos antiguos para mostrarnos que eran bibliotecas vivas.
David Abram nos recordó que la naturaleza entera es un texto que se lee con los sentidos.
Tyson Yunkaporta nos enseñó que los songlines son redes vivas de relaciones y tiempo en espiral.
Norman Doidge aportó la evidencia científica de que la experiencia física remodela el cerebro.
Lambros Malafouris demostró que los objetos forman parte activa de la mente.
Las comunidades neurodivergentes han redescubierto y reinventado estas estrategias para sobrevivir y prosperar en un mundo que no siempre se adapta a sus modos de pensar.
🌍 Una epistemología que se camina
El concepto que emerge de todo esto podría llamarse epistemología encarnada: un modelo de conocimiento que reconoce que pensar, aprender y recordar son actos inseparables del cuerpo, el entorno y las relaciones.
Este modelo rompe con la jerarquía moderna que coloca a la mente sobre el cuerpo, al texto sobre la experiencia, al dato sobre la historia. Propone que:
El cuerpo no es un mero vehículo, sino un instrumento activo del pensamiento.
El espacio no es neutro, sino un mapa cognitivo que estructura la memoria.
El objeto no es pasivo, sino un coautor de la mente.
El tiempo no es lineal, sino un tejido de repeticiones, capas y retornos.
El conocimiento no es propiedad, sino una red viva que se sostiene en el cuidado mutuo.
🌀 Del pasado al presente, del presente al futuro
No se trata de volver a vivir como en el Neolítico ni de romantizar las culturas orales. Se trata de recuperar los principios cognitivos que esas culturas desarrollaron y adaptarlos a las realidades contemporáneas.
Podemos imaginar:
Ciudades que enseñan: recorridos urbanos diseñados como palacios de la memoria para aprender historia, ciencia o arte mientras se camina.
Aulas vivas: entornos educativos donde el conocimiento se vincula a objetos y lugares específicos en el espacio escolar.
Entornos terapéuticos: programas de rehabilitación cognitiva que integren movimiento, narrativa y marcadores físicos.
Oficinas con geografía mental: espacios de trabajo donde la disposición física facilite la organización y la creatividad.
Tecnología con anclaje físico: dispositivos y aplicaciones que combinen lo digital con el gesto, el lugar y la textura.
⚖️ Una ética del conocimiento situado
La epistemología encarnada no es solo una estrategia de aprendizaje: es una ética. Implica reconocer que el conocimiento está enraizado en contextos específicos, y que la destrucción de esos contextos —ya sean un paisaje natural, un monumento o una tradición— es también una pérdida cognitiva.
Esto nos obliga a repensar nuestras políticas culturales, educativas y tecnológicas para no cortar las raíces del saber.
Preservar un songline, un conjunto de petroglifos o un ritual no es solo conservar patrimonio: es mantener viva una parte del cerebro colectivo de la humanidad.
🌱 Cerrar el círculo
Cuando Kelly camina por su jardín convertido en palacio de la memoria, está practicando algo tan antiguo como la especie humana: pensar con los pies.
Cuando Abram lee el paisaje, Yunkaporta canta un songline, Doidge describe la plasticidad, Malafouris observa un objeto y una persona neurodivergente organiza su casa como mapa mental, todos participan de un mismo acto: darle cuerpo al conocimiento.
La epistemología encarnada no es un invento nuevo. Es el círculo que se cierra, la espiral que regresa a un punto más alto, la continuidad entre lo que fuimos y lo que podemos volver a ser.
Quizá, en el fondo, esta no sea una teoría, sino una invitación: a caminar nuestras ideas, a sembrar nuestros recuerdos, a habitar nuestra memoria como si fuera un lugar.
Porque lo es.
Jorge Orrego Bravo
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