El Logos y el Alma Objetiva: Dos Caminos para la Búsqueda de Sentido
En la actualidad, muchas personas se sienten atrapadas en una tensión permanente: buscan sentido en la vida, pero a veces sienten que, cuanto más lo persiguen, más se les escapa. Este fenómeno no es meramente psicológico, sino que refleja un conflicto profundo en la forma en que entendemos el alma y la conciencia. Para ilustrarlo, podemos mirar el debate entre Wolfgang Giegerich y Raúl Ortega, dos figuras en la psicología analítica contemporánea.
Giegerich propone una perspectiva radical: el significado no se encuentra buscándolo activamente. Según él, el alma no es una entidad ni un depósito de símbolos personales, sino un proceso lógico que se revela a través de la historia y la conciencia colectiva. Buscar el sentido de manera consciente se convierte, en esta visión, en un acto neurótico; es como si el pez intentara comprender el agua que lo rodea, olvidando que su existencia misma depende de ella. En la práctica, Giegerich nos invita a aceptar la vida tal como es, a cultivar nuestro “jardín” y a encontrar satisfacción en lo cotidiano, liberándonos de la presión de la trascendencia constante.
Por su parte, Ortega defiende la realidad de lo numinoso, de la experiencia directa y la intuición. Para él, la búsqueda de sentido no es patológica, sino una necesidad vital. La psique, afirma, tiene una teleología: un propósito hacia la plenitud que se manifiesta a través de los arquetipos y la vivencia personal. Ignorar la experiencia, la historia individual y lo misterioso que nos toca vivir es vaciar el alma de su dimensión más auténtica. La búsqueda, entonces, no es una enfermedad sino una brújula que nos guía hacia la individuación y la realización personal.
En términos simples, podemos ver dos caminos de autoayuda filosófica:
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El Camino de la Lógica Pura (Giegerich)
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La vida tiene sentido implícito; no lo busques desesperadamente.
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Cultiva tus responsabilidades, tus relaciones y tu trabajo cotidiano.
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Encuentra satisfacción en lo que haces y aprende a aceptar la “simpleza” de la existencia.
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El Camino de la Experiencia Numinosa (Ortega)
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La búsqueda de sentido es vital y legítima.
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Escucha tus intuiciones, sueños y emociones profundas.
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Reconoce los arquetipos y símbolos como guías de tu transformación interior.
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El conflicto entre estas perspectivas refleja un dilema universal: ¿el sentido se encuentra en la lógica y el orden, o en la experiencia y la vivencia? La síntesis posible —como propondría un enfoque hegeliano— consiste en reconocer que ambos caminos son complementarios: el alma se revela tanto en la comprensión lógica de la vida como en la experiencia directa de sus misterios.
En última instancia, nuestra tarea no es elegir una escuela, sino aprender a navegar entre ambas: permitir que el Logos nos enseñe la estructura del mundo, mientras que el fuego numinoso nos recuerda que la vida siempre excede nuestra comprensión. Solo así podemos enfrentar la neurosis de la búsqueda de sentido con una mente abierta y un corazón dispuesto.
Una Psicología del Mundo que Despierta en la Conciencia
La psicología tradicional, desde Freud hasta la psicología cognitiva contemporánea, ha centrado su atención principalmente en el individuo: sus conflictos internos, sus patrones de pensamiento, sus emociones. Pero ¿qué sucede si invertimos la perspectiva? ¿Si en lugar de mirar al sujeto como un ente aislado, observamos cómo el mundo mismo parece despertar en la conciencia de cada ser humano?
La idea de un Mundo que Despierta en la Conciencia no es mera metáfora poética. Se trata de reconocer que la mente humana no funciona como un receptor pasivo de estímulos externos, sino como un espejo activo de la vida que la rodea. Cada percepción, cada emoción, cada intuición, revela algo del mundo mismo que se manifiesta en nosotros. La conciencia se convierte, así, en un espacio donde el mundo y el individuo co-crean significado.
Desde esta perspectiva, los conflictos psicológicos dejan de ser solo problemas internos y se convierten en síntomas del mundo que aún no ha sido comprendido o integrado en la experiencia consciente. Una ansiedad, por ejemplo, podría interpretarse no solo como un desajuste personal, sino como la señal de que algo en la realidad circundante reclama atención y entendimiento. La depresión, la confusión o la alienación serían ecos de un mundo que espera ser reconocido y experimentado plenamente.
Este enfoque tiene implicaciones profundas para la práctica psicológica y para la vida cotidiana:
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Escuchar el mundo: La conciencia se vuelve un instrumento sensible para percibir la vida que nos rodea. Los detalles, los fenómenos cotidianos, los encuentros fortuitos adquieren relevancia porque nos hablan de la realidad misma, no solo de nosotros.
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Integración activa: No se trata de huir del mundo ni de proyectar la propia psique sobre él, sino de permitir que la conciencia se abra y absorba lo que el mundo nos ofrece, transformando la experiencia en comprensión y sentido.
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La co-creación de significado: La vida deja de ser un escenario donde el individuo actúa aislado; se convierte en un tejido dinámico donde la conciencia y el mundo se despiertan mutuamente. La psicología, entonces, es la ciencia de este despertar compartido, donde la transformación personal y la transformación del mundo se entrelazan.
Una psicología del mundo que despierta en la conciencia nos invita a abandonar la ilusión de la separación. Nos recuerda que no estamos aquí solo para entendernos a nosotros mismos, sino para participar activamente en el despliegue del mundo dentro de nosotros. Cada pensamiento, cada emoción, cada acción consciente es un gesto de reconocimiento: el mundo nos despierta, y nosotros despertamos al mundo.
En última instancia, esta psicología no busca respuestas definitivas ni soluciones finales. Su propósito es más sutil y profundo: enseñarnos a percibir, sentir y responder al mundo como un organismo vivo, cuya conciencia y nuestra conciencia se encuentran, se reflejan y se transforman mutuamente. Despertar a esta realidad es, quizás, el acto más radical de psicología que podemos realizar.
Ejemplo 1 – Ansiedad:
Imaginemos a alguien que siente ansiedad recurrente antes de ir a trabajar. Desde una perspectiva tradicional, podríamos decir que es un problema interno: estrés, inseguridad o miedo. Pero si lo vemos como una señal del mundo que despierta en la conciencia, la ansiedad podría estar reflejando algo del entorno laboral que necesita atención: quizá un jefe que exige demasiado, un ambiente competitivo y tóxico, o tareas que no coinciden con los valores de la persona. La ansiedad no es solo un “fallo” interno; es un aviso del mundo: “algo aquí requiere que lo observes, lo comprendas o actúes”.
Ejemplo 2 – Depresión:
Una persona deprimida podría sentirse desconectada y sin sentido. En lugar de interpretarlo únicamente como un desequilibrio químico o un conflicto interno, podemos verlo como un eco del mundo circundante: quizá está viviendo en un entorno que no permite su expresión, en una ciudad que le resulta opresiva, o en relaciones que no son auténticas. La depresión, en este sentido, sería como un grito silencioso del mundo, diciendo: “aquí hay una desconexión que necesita ser percibida y transformada”.
Ejemplo 3 – Confusión o alienación:
Alguien que siente que nada tiene sentido, que la vida está fragmentada, podría estar percibiendo un desajuste entre la realidad que le rodea y su conciencia. Quizá la sociedad, la cultura o el entorno no reflejan sus valores o su manera de pensar. La confusión no es solo suya: es un síntoma de un mundo que aún no ha encontrado resonancia con él.
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