La frase “el pasado son relatos en combate” tiene una fuerza inmediata porque desarma la idea tradicional de que el pasado es un archivo objetivo de hechos. 

Invita a pensar que lo que llamamos “pasado” no existe como algo fijo: existe como historias que se enfrentan entre sí. Cada recuerdo, cada versión de un evento, compite con otra por el poder de definir lo que “realmente ocurrió” o, más importante, lo que significó.

Desde esta perspectiva, los hechos no se borran, pero su sentido es fluido: un mismo hecho puede transformarse dependiendo de quién lo narre, con qué emoción, con qué intención. El combate no es necesariamente violento; es un choque de relatos que pugnan por legitimidad, autoridad o sentido. El pasado se convierte en un campo de batalla donde memorias, interpretaciones y silencios se confrontan, y donde la narrativa dominante puede imponerse, ocultando otras versiones.

Esto también resuena con la experiencia emocional: muchas veces, nuestra sensación de nostalgia, culpa o arrepentimiento proviene de relatos en conflicto dentro de nuestra propia mente. Lo que “sentimos que pasó” es un resultado de esas historias que se disputan el protagonismo.

En suma, pensar el pasado como relatos en combate nos devuelve agencia: si los relatos son dinámicos, podemos intervenir en cómo los contamos y, por lo tanto, en cómo nos afectan. El pasado deja de ser un peso inmutable y se convierte en un territorio activo, donde podemos elegir con qué historia vivir.

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