La relación es el ser
Durante siglos, la filosofía se preguntó qué es el ser. Y durante siglos, muchos imaginaron que la respuesta debía encontrarse en lo más sólido y estable: una sustancia, una esencia, una cosa que “es” por sí misma. Pero llegó Hegel —ese pensador temido por su oscuridad— y dio un giro tan radical que, si uno lo entiende de verdad, algo cambia para siempre: el ser no es una cosa, es una relación.
1. Cuando el ser se vuelve movimiento
Imagina una llama. No es una cosa sólida. Es movimiento puro: materia, energía, oxígeno, tiempo, todo fluyendo a la vez. Si detienes ese flujo, desaparece.
Para Hegel, toda la realidad es como esa llama. No hay cosas fijas, sólo procesos que se hacen a sí mismos. Todo lo que “es”, es porque se relaciona, se transforma, se niega, se supera. Y ese proceso de transformación no es un accidente: es la estructura misma del ser.
Por eso Hegel no habla del ser como algo inmóvil, sino como dialéctica: un modo de pensar (y de existir) en el que todo se define a través de su relación con lo otro. El ser no se entiende aislado, sino en tensión con lo que no es.
2. El truco del “ser puro”
Hegel comienza su obra La Ciencia de la Lógica con una frase desconcertante:
“El ser puro y la nada pura son lo mismo.”
¿Qué quiere decir con eso?
Piénsalo así: si digo “esto es ser”, pero no digo qué es, ni cómo, ni dónde, ese “ser puro” no tiene contenido. Es tan vacío que se confunde con la nada. Pero justo ahí ocurre algo: del choque entre ser y nada, surge el devenir, el paso, el cambio, el movimiento.
Es decir: el ser sólo puede existir en relación con la nada. No hay “ser” sin “no ser”. La realidad comienza cuando ambos se abrazan, cuando lo afirmativo y lo negativo se necesitan mutuamente.
Ahí empieza la dialéctica.
3. La lógica del conflicto fecundo
En la vida cotidiana, solemos pensar que cuando dos cosas se oponen, una debe ganar. Pero en la lógica hegeliana, la contradicción no destruye, sino que crea. Es el motor del crecimiento.
Por ejemplo:
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Una semilla “niega” su forma al convertirse en árbol.
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Un niño “niega” su infancia al volverse adulto.
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Un pensamiento viejo “muere” para dar paso a uno nuevo.
La negación no es enemiga del ser, sino su condición. Por eso Hegel dice que la verdad no es un punto fijo, sino un proceso en marcha. Cada cosa lleva dentro su propia contradicción, su propio germen de cambio.
El ser, en última instancia, es el devenir de sí mismo.
4. La relación como unidad de opuestos
Ahora podemos entender la frase clave: la relación es el ser.
Porque nada existe por sí solo. El día existe porque existe la noche. La vida, porque existe la muerte. El yo, porque hay un tú. Todo lo que es, lo es en relación con lo otro.
La dialéctica no es una teoría complicada: es la forma misma en que el mundo respira. Todo lo que intentamos fijar termina cambiando; todo lo que negamos deja un rastro que nos transforma. Por eso Hegel decía que la verdad es el todo, no una parte ni un instante.
El ser no está hecho de cosas, sino de relaciones en transformación constante.
5. De la lógica a la vida
Si esto suena abstracto, prueba a aplicarlo:
Cuando discutes con alguien, la verdad no está en tu posición ni en la suya, sino en el movimiento que surge del encuentro. Si lo escuchas de verdad, ambos cambian. Eso es dialéctica vivida.
Cuando te miras a ti mismo con honestidad, ves que no eres una identidad fija: hoy piensas distinto que hace un año, sientes distinto que ayer. En cada negación de lo que eras, nace lo que eres.
Hegel no quería que pensáramos en fórmulas, sino que viéramos la vida como proceso autoorganizado, donde todo se hace y se rehace en red.
La relación —con el otro, con el mundo, con nosotros mismos— no es algo que tenemos:
es lo que somos.
6. Epílogo: entender, por fin
Entonces, cuando alguien dice que “Hegel es difícil”, quizá lo que cuesta no es entender su lenguaje, sino aceptar su mensaje:
no hay certezas eternas, no hay yo aislado, no hay verdad fija.
Todo vive en relación, en tensión, en movimiento.
Y ese movimiento, lejos de ser caos, es lo más cercano que tenemos a una definición de “ser”.
Por eso, cuando uno lo capta —aunque sea por un instante— puede decir con alivio:
“Ah... ahora sí lo entiendo.
El ser no está en las cosas.
Está entre ellas.”
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