El experimento de la burbuja consciente
Imaginemos un experimento mental sencillo. Una persona, plenamente consciente del poder de los algoritmos digitales, decide jugar a su favor. No quiere ser una víctima pasiva de las recomendaciones automáticas, sino el arquitecto de su propia burbuja.
Para lograrlo, entrena meticulosamente al algoritmo: busca solo los temas que le interesan, da “me gusta” a ciertos contenidos, evita otros con cuidado quirúrgico. Tras semanas de práctica, el resultado es perfecto: todo lo que aparece en su pantalla responde exactamente a sus intereses, gustos y expectativas. Vive en un entorno digital a medida, un ecosistema pulido que le devuelve el eco de lo que desea.
El experimento parece un éxito. El individuo se siente libre: no ha sido entrenado, ha entrenado. No ha recibido una burbuja, la ha fabricado.
Sin embargo, surge la paradoja. Con el tiempo, este habitante de su propio mundo olvida el carácter artificial de su burbuja. La frontera entre “lo que construyó” y “lo que es” se difumina. Lo que al inicio era un juego de diseño consciente empieza a vivirse como realidad objetiva.
El experimento mental nos obliga a plantear preguntas inquietantes:
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¿Qué ocurre cuando la persona sale de su burbuja entrenada y se encuentra con otras realidades que no responden a la suya?
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¿Qué sucede cuando sus acciones, guiadas por la convicción de que lo que ve es “lo real”, chocan con contextos que no encajan en su burbuja?
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¿Es posible distinguir, en la experiencia cotidiana, entre el mundo objetivo y el mundo configurado por nuestra atención selectiva?
Aquí se revela el núcleo filosófico: la libertad de construir tu propio mundo lleva en sí misma la semilla de un nuevo autoengaño. En el momento en que olvidas que fuiste tú quien entrenó el algoritmo, tu creación se convierte en tu cárcel.
El experimento muestra que la pregunta no es solo tecnológica, sino ontológica: ¿qué significa habitar un mundo que refleja nuestros deseos, cuando ese reflejo se confunde con la realidad? La burbuja deja de ser un espejo consciente y se convierte en un velo invisible.
Tal vez el mayor riesgo de la era digital no sea que los algoritmos nos manipulen desde fuera, sino que terminemos confundiendo nuestro propio artificio con lo real. Y entonces, la llave de la libertad —que alguna vez estuvo en nuestro bolsillo— se convierte en un objeto olvidado en la misma burbuja que creamos para sentirnos libres.
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