La primera burbuja: Hegel y la universidad como absoluto
Hoy hablamos de “burbujas” para referirnos a Facebook, Twitter o TikTok: pequeños mundos cerrados donde la gente se convence de que su versión de la realidad es la única posible. Pero antes de las redes sociales ya hubo otra burbuja: la universidad.
En el Berlín del siglo XIX, Hegel vivía rodeado de bibliotecas, estudiantes y debates filosóficos. Ese era su ecosistema vital: aulas, cátedras, cafés intelectuales, seminarios. Desde allí concibió la idea de que la realidad entera es un proceso dialéctico de desarrollo, un despliegue del espíritu que se reconoce a sí mismo. Lo que para un campesino de la época era la lluvia, la siembra y la cosecha, para Hegel era la Idea Absoluta avanzando a través de contradicciones hacia la verdad.
Lo fascinante y lo problemático está en lo mismo: Hegel convirtió en absoluto lo que era relativo a su propia posición. En su burbuja académica, la lógica de las discusiones universitarias se proyectó como la lógica del mundo entero. La historia universal se parecía sospechosamente a una clase magistral.
Esa absolutización tiene un doble filo.
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Por un lado, permitió pensar el cambio, la contradicción y el devenir como núcleo de la realidad. Su burbuja académica dio a luz un sistema filosófico monumental.
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Por otro, corrió el riesgo de confundir la sala de clases con el cosmos, la estructura universitaria con la estructura del espíritu.
Hoy, sin embargo, el paisaje ha cambiado. Si en el siglo XIX la burbuja era una sola historia universal que pretendía explicarlo todo, ahora la tecnología permite fabricar pasados, presentes y futuros múltiples, diseñados a la medida de cada consumidor. Ya no hay un relato objetivo de la historia: hay relatos individualizados, algoritmos que sirven una narrativa distinta para cada ojo que mira.
Y el futuro apunta todavía más lejos: no solo burbujas personalizadas, sino burbujas capaces de coordinarse entre sí, sincronizando relatos creados ad hoc para producir un consenso artificial. Una nueva dialéctica, no entre ideas universales, sino entre millones de micro-universos ensamblados por software.
Quizás por eso la lección de Hegel sigue siendo incómodamente actual: todo absoluto es también un espejo de la burbuja que lo produce. Lo fue en Berlín en 1820, y lo es ahora, cuando la historia ya no se escribe en una sola voz, sino en un coro de algoritmos que ensayan futuros paralelos.
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